En el texto griego original, los Hechos de los Apóstoles terminan con las palabras "sin… ningún obstáculo" (Hech 28:31). Esto parece abrupto y lejos de ser un final triunfante. Es más, a Lucas le parece inusual decir que Pablo proclamó el Reino de Dios "sin obstáculos" después de que había sido confinado a un cuarto por dos años, bajo arresto domiciliario, con un soldado en la puerta (Hech 28:16).

Lucas termina los Hechos mostrando que no existen cadenas para la palabra de Dios (2 Tim 2:9) ni para detener al pueblo cristiano. Pueden encerrarnos, pero llevaremos el Evangelio hasta los confines de la tierra, intercediendo por un cambio en el mundo, moviendo las montañas de la fe y convirtiendo a los enemigos por el sufrimiento redentor. Pueden matarnos, pero nos levantaremos de entre los muertos y seremos testigos de la resurrección aún con un poder mayor.

Lo único que nos puede detener somos nosotros mismos. Arrepiéntase. Viva en la fe. Obedezca a Dios. Reciba el Espíritu. Sea Su testigo (Hech 1:8). Renueve la faz de la tierra (Sal 104:30). ¡Ven Espíritu Santo de Pentecostés! ¡Ven de nuevo! ¡Ven ya! ¡Aleluya!

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 19 de diciembre de 2012

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