El Señor nos ama tanto que Él quiere que tengamos una gran cosecha. Es por eso que nos ha dado numerosas instrucciones a lo largo de la Escritura. Si le escuchamos, vamos a tener grandes cosechas. El que quiera cosechar salvación y justicia:

• "siembra con generosidad,[y] cosechará abundantemente" (2Cor 9:6),

• "siembran entre lágrimas, cosecharán entre canciones" (Sal 126:5),

• "siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz" (Stg 3:18),

• siembra " en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6:4, 6, 18),

• no "siembran vientos, [ni] recogerán tempestades" (Os 8:7),

• "siembren semillas de justicia, cosechen el fruto de la fidelidad" (Os 10:12), y

• quieren "hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra" (Jn 4:34, 36).

Sembrar no es la única forma de cosechar. También podemos ser semillas que dan fruto; como granos de trigo que "caen en la tierra y mueren" así mismos (Jn 12:24). La cosecha es abundante cuando la tierra es rociada por las aguas vivientes del Espíritu Santo. La sangre de nuestro Salvador crucificado riega la tierra cultivada que los cristianos, con sus manos firmes trabajan en el arado del Evangelio (Cfr. Lc 9:62). Escucha a el maestro de la Cosecha (Cfr. Mt 9:38) y sigue conforme a su mensaje.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 1 de marzo de 2013

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