Muchos hemos oído el Evangelio a través de la Iglesia y las Escrituras, y hemos dicho: "Haremos todo lo que nos pide el Señor" (Ex 24:3). Los israelitas dijeron lo mismo a Moisés. Fue guiado por el Señor "a ofrecer holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unos recipientes; y derramó la otra mitad en el altar" (Ex 24:5-6). Si hubieras visto los litros de sangre derramada en el altar, ¿qué pensarías? El Señor enseñó que la vida de la carne se encuentra en la sangre (Lv 17:11).

Después de derramar la sangre y "tomando el libro del Pacto, [Moisés] lo leyó a voz alta al pueblo, quienes respondieron, 'todo lo que el Señor ha dicho, vamos a tomar a pecho y hacerlo'. A continuación, tomó la sangre y la roció sobre el pueblo, diciendo: 'Esta es la sangre de la Alianza' " (Ex 24:7-8). Si tuvieras sangre esparcida en tu cara, tu pelo, manchando tu ropa, cayendo en tus ojos y en tus labios, ¿qué pensarías tú? Obedecer a Dios es una cuestión de vida o muerte.

Jesús nos manda beber su sangre (Mt 26-28; Jn 6:53ss). Esto es tan grande y misterioso que nos conmocionamos por su orden de beber la sangre de Jesús, es decir, la sangre de Dios. Cuando bebemos sangre de Dios, no sólo entramos en la obediencia, sino en la comunión. Entramos a la vida eterna.

Al llegar a finales de julio, mes tradicionalmente dedicado a la preciosa sangre de Jesús, Recibamos el precioso cuerpo y sangre de Jesús como nunca jamás. Tengamos una "primera comunión".

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 1 de marzo de 2013

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