Este año hemos tenido abundante nieve. Mientras caminaba hacia la iglesia esta mañana, tuve que caminar sobre un montón de sal en las calles y en el estacionamiento de la iglesia. La sal había sido pisoteada por muchas personas (ver Mt 5:13) y estaba sucia y asquerosa. Nadie consideraría usarla en su cena.

Asimismo, en la época de Jesús, cuando ejércitos de conquista habían derrotado a una nación, se esparcía sal en las tierras de cultivo de esa nación y se pisoteaba para que entrara profundamente en el suelo. Esto degrada el suelo para que los cultivos plantados en ese suelo se marchiten y no den fruto, por lo que es improbable que esa nación prospere otra vez.

Cuando nos convertimos en discípulos de Jesús, recibimos su palabra con gran alegría (Mc 4:16). Somos la sal de la tierra (Mt 5:13) y este es un tipo de "sal excelente" (Lc 14:34). Ponemos literalmente un "buen gusto" en la boca de aquellos que están luchando.

Jesús nos enseña: "la sal es una cosa excelente, pero si pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve ni para la tierra ni para abono: hay que tirarla. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!" (Lc 14:34-35). "Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros" (Mc 9:50).

Cada día, acércate a Jesús. Deja que te refresque con su amor. Se sal que refresca y no de la sal que se degrada.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 8 de augusto de 2013

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