Jesús dirige la parábola del fariseo y del recaudador de impuestos "refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás"(Lc 18:9). Muy pocas personas dirán que esta parábola está dirigida a ellos. ¿Quién admite fariseísmo? ¿Quién piensa "que desprecia a todos los demás?" Actuamos como si esta parábola no le aplicase a nadie, cuando en realidad aplica a todos.

Todos tenemos un fariseo al acecho en lo profundo del corazón. Pensamos que no somos tan malos cuando nos comparamos con otros. Le damos gracias a Dios "porque no soy como los demás hombres" (Lc 18:11), y pensamos que Dios nos debe un favor, después de todo lo que hemos hecho por Él. Nuestra arrogancia es pecaminosa y ridícula, pero estamos tan cegados por el pecado que hemos perdido la perspectiva en nuestras vidas.

En nuestro orgullo, la oración se convierte en un ejercicio simple de la autorrealización. Cuando rezamos, nos hablamos a nosotros mismos y pensamos de nuestros propios pensamientos, en lugar de hablar y pensar en Dios. Si ayunamos, de hecho estamos de dieta y expresamos nuestra fuerza de voluntad y/o vanidad. Si damos un diezmo o limosna, no es solo nuestra mano izquierda la que sabe lo que la mano derecha hace (Cfr. Mt 6:3). Damos, no por amor a Jesús en los pobres pero, para "sentirnos bien con nosotros mismos" y para poner ungüento en nuestra consciencia.

"Dios se opone a los orgullosos y da su ayuda a los humildes" (1 Pe 5:5) Seamos humildes en la presencia del Señor.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 8 de augusto de 2013

El Nihil Obstat establece que no existe impedimento para la publicación de un libro o folleto. No implica acuerdo con contenido, opiniones o afirmaciones expresadas en el mismo.