"Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6:40). "Porque él", Dios Padre, "quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2:4). Incluso mandó a su propio hijo, Jesús, a morir en la cruz para la salvación de todos.

Sin embargo, el Señor no nos obliga a aceptar su amor y salvación. Si amamos por obligación, no amamos con libertad. El amor debe ser aceptado y dado libremente. Así también es posible rechazar al Señor con su amor y salvación. La perdición eterna en el infierno es una realidad. La condenación es la separación permanente del amor de Dios y la fijación en nosotros mismos.

Incluso aquellos que han aceptado a Jesús como su Señor pueden perderse. San Pablo advierte: "Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no caer!" (1 Co 10:12). Pablo se advirtió a él mismo: "Al contrario, castigo mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que, después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado" (1 Co 9:27).

Arrepiéntete de todos tus tratos con el mundo. Recuerda "el amor que tenías al comienzo" (Ap 2:4). "Por eso, hermanos, procuren consolidar cada vez más el llamado y la elección de que han sido objeto: si obran así, no caerán jamás y se les abrirán ampliamente las puertas del Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Pe 1:10-11).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 18 de diciembre de 2013

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