El Señor nos ordena a que "Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno"(Heb 4:16). Cuando hacemos esto, deberíamos tratar de entender las consecuencias de lo que pedimos (Mc 10:38). Si pedimos para que muchos sean justificados y salvados, estamos también pidiendo compartir los sufrimientos de la redención de Cristo (Is 53:11; Col 1:24). Si rezamos pidiendo que la voluntad del Señor sea hecha a través de nosotros, también estamos pidiendo la gracia de dar nuestras vidas como oferta por el pecado (Is 53:10). Si pedimos ser grandes y hacer grandes cosas por el Reino de Dios, estamos también rezando para ser los sirvientes, incluso los esclavos de todos (Mc 10:43-44).

Cuando rezamos el "Padre Nuestro", las intersecciones durante la Misa u otras oraciones, el Señor nos interrogará antes de responder a nuestras oraciones. El nos preguntará: "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé, y recibir el bautismo que yo recibiré?"(Mc 10:38). ¿Cómo le contestaremos? Oración y dolor frecuentemente van juntos. Mira a Jesús, el intercesor crucificado. Considerando el hecho de que la oración tiene lugar, casi siempre, bajo la sombra de la cruz, no es de extrañar que muy pocos rezan en serio y poderosamente. ¿Amamos tanto a los demás que no sólo rezamos por ellos sino que también sufrimos con Jesús por ellos? ¿Beberías el cáliz?

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 15 de junio de 2015.

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