Si tuvieras un recipiente de sal de marca Morton que hubiera perdido su sabor, ¿qué harías? Probablemente lo tirarías a la basura. Dudo que lo echarías por el suelo y lo pisarías. Sin embargo, eso es lo que Jesús dijo que se haría con la sal que ha perdido su sabor.

La molienda de la sal en el suelo se hacía a veces en la guerra antigua. Esto arruinaría la tierra. La nación vencida no solo pasaría hambre por años; se degradaría, ya que en una sociedad agricultora la destrucción de la fertilidad de la tierra sería el peor insulto. Esto nos ayuda a entender cuán serio es para los cristianos perder su sabor. Si no vivimos las Bienaventuranzas (ver Mt 5:3-12), ni dejamos brillar nuestra luz (Mt 5:14ss) y no somos tan santos como Jesús (Mt 5:20; 1 Pe 1:15ss), no solo perderemos nuestro sabor sino que nos arriesgamos a ser desechados. Incluso podríamos arruinar la fertilidad espiritual de las familias, las iglesias y la gente que nos rodea.

Después de que el Señor nos creó, Él nos mandó a ser fértiles y multiplicarnos (Gn 1:28). Somos llamados a ser buena tierra que da fruto al ciento por ciento (Mt 13:23). ¡Qué trágico sería si nosotros, que debemos ser fecundos, buena tierra, fuéramos infértiles!

Tenemos que arrepentirnos y pedirle al Señor restaurar nuestro sabor. Es imposible que nosotros hagamos esto, pero Él puede hacer lo imposible, si solamente nos arrepentimos.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 30 de noviembre de 2016.

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