La palabra de Dios no está encadenada (2 Tim 2:9); pero los mensajeros de la palabra de Dios pueden ser encadenados. A menudo, estamos encadenados por el pecado, el egoísmo o el miedo. Sin embargo, podemos ser encadenados de maneras más sutiles. Por ejemplo, el diablo trató de encadenar a los apóstoles, haciéndoles pensar que necesitaban reducir temporalmente la oración y el ministerio de la Palabra, para hacer frente a un desacuerdo en la Iglesia primitiva (Hch 6:2ss). Los tentó, animándoles a hacer una obra buena y necesaria. Además, el diablo no les dijo que abandonaran por completo su ministerio de la Palabra, sino que solamente lo recortaran por un tiempo. Sin embargo, una vez que nos desviamos un poco, de nuestro llamado dado por Dios (incluso si lo hacemos mediante la realización de buenas acciones); ya no estamos haciendo la voluntad de Dios. Cuando damos una pulgada siquiera por un momento, nuestra pulgada se convierte en millas que pueden durar para siempre.

Por lo tanto:

• Haz las obras de Dios, no buenas obras.

• No hagas otra cosa, sino Su voluntad.

• No interrumpas o pospongas el trabajo de Dios. Hazlo ahora.

• No dejes de proclamar del todo su Palabra a tiempo y fuera de tiempo (2 Tim 4:2).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de deciembre de 2016.

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