Hemos hecho una alianza de sangre con Dios. Porque la vida está en la sangre (Lev 17:11), hemos hecho una alianza de vida con Dios. Nuestra alianza con Dios es literalmente un asunto de vida y muerte. Debido a que con nuestros pecados hemos roto la alianza, perdemos nuestras vidas y estamos condenados a la destrucción.

Hace casi dos mil años, poco antes de Su muerte en la cruz, Jesús celebraba la Pascua en la primera Misa, en la cual Él dijo: "porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados" (Mt 26:28). Entonces, Jesús derramó Su sangre muriendo en la cruz por el perdón de nuestros pecados. Jesús sustituyó Su sangre y Su vida por la nuestra. Él asumió las consecuencias del rompimiento de nuestra alianza, y nos libró de la destrucción.

Tradicionalmente, el mes de julio se ha marcado como un momento especial para alabar la sangre de Jesús; aunque es apropiado alabar Su sangre todos los días. Así que alabemos con alegría la sangre de Jesús recibiendo Su cuerpo y sangre en la Santa Comunión, mediante la aplicación de Su sangre mediante el Sacramento de la Reconciliación, leyendo acerca de Su sangre en las Escrituras, y sacando a relucir Su sangre en nuestra oración y otras conversaciones. ¡Alabemos la sangre de Jesús!

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 3 de marzo de 2017.

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