Pablo estuvo bajo arresto domiciliario durante dos años en Roma (Hch 28:16,30). Antes de eso, estuvo en prisión por dos años más (Hch 24:27). Antes de eso, estuvo en prisión varias veces (ver 2 Co 11:23). El juicio, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro y la espada hicieron muy difícil que Pablo predicara el Evangelio (Rom 8:35). Sin embargo, las últimas palabras de Hechos de los Apóstoles es que Pablo "proclamó el reino de Dios y enseñaba con toda libertad y sin encontrar ningún obstáculo" (Hch 28:31).

Jesús es Dios y por lo tanto infinito. Si el apóstol Juan hubiera escrito sobre muchas otras cosas que Jesús había hecho en sus pocos años en esta tierra, hubiera dudado de que "no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían" (Jn 21:25). Debido a que Jesús es infinito y porque estamos en Él, somos imparables - no importa cuántas limitaciones humanas tengamos y cuán grandes son los obstáculos que enfrentamos. No tenemos límites porque Él es infinito.

Ingresamos en el infinito y en la victoria de Dios por el poder del Espíritu Santo. En un Espíritu hemos sido bautizados en el único Cuerpo de Cristo (1 Co 12:13). En este último día de la Novena de Pentecostés, oremos: "Ven, Espíritu infinito que trasciende nuestra finitud y nos hace libres, sin obstáculos y victoriosos".

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 11 de octubre de 2017.

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