La oración, por supuesto, no es estar informando o persuadiendo a Dios. Él lo sabe todo y es amoroso. La oración es Dios informándonos y persuadiéndonos. La oración no es un intento de lograr nuestro deseo. Por el contrario, rezamos para que podamos conocer y hacer la voluntad de Dios. En nuestra oración, Dios nos convence de Su amor para cambiar nuestras maneras de lograr en vez de hacer lo que deseamos.

Por lo tanto, no necesitamos seguir pidiéndole a Dios algo a menos que esto nos ayude a saber y rendirnos a Su voluntad. La repetición al pedirle a Dios es para nuestro beneficio, no para el de Dios. Cuando dejamos que Dios llegue a nosotros, nuestra oración es respondida. Entonces deberíamos dejar de pedir y comenzar a agradecer. No estamos esperando que Dios responda nuestra oración, sino que está esperando que le permitamos responder a nuestra oración. El momento en que nuestra oración es respondida no es cuando la vemos respondida, sino cuando cedemos a la voluntad de Dios. Por ejemplo, la oración del funcionario real en la lectura del Evangelio de hoy fue respondida a la 1 p.m. (Jn 4:52). Lo descubrió al día siguiente.

Los que han entregado sus vidas a Dios no repiten mucho sus oraciones. En su mayoría le agradecen a Dios por responder constante y rápidamente sus oraciones. Pídele a Dios con sencillez; ríndete completamente, deja de pedir y agradece con fervor.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 23 de enero de 2019

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