Ruth vivió en una época de sequía, hambre y muerte. Su esposo, su suegro, y su cuñado murieron. En tiempos de hambre y muerte, es natural tener una mentalidad de sobreviviente y que la auto-preservación sea nuestra primera prioridad. Sin embargo, Rut dejó de lado su auto-preservación y sus necesidades para regresar con su suegra a Belén.

Ahora también vivimos en una época de hambre y muerte. Los millones de hambrientos en todo el mundo son un síntoma de la inanición espiritual. El pueblo de Dios está espiritualmente anoréxico. Por llenarnos a nosotros mismos con las cosas del mundo, hemos perdido nuestro apetito por las cosas de Dios (Cfr. Pro 13,19; Gal 5,17). Se nos ha dado la paga del pecado, es decir, la muerte (Rom 6,23).

Bajo estas circunstancias, tenemos la tentación de centrarnos en nosotros mismos, pero ese es el peor error que podemos cometer. Si tratamos de preservar nuestras vidas, vamos a perderlas. Sin embargo, si perdemos nuestra vida por Jesús, la preservaremos (Lc 9,24). Debemos hacer lo que hizo Rut. Debemos comprometernos aún más fuertemente al Señor y a los demás. En estos tiempos de hambre y de muerte, es necesario un compromiso aún más profundo con Dios, con la Iglesia, con nuestra pareja, con nuestros padres, nuestros hijos, y nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 5 de mayo de 2013

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