La tragedia más grande posible es acabar en la carne. Jesús murió y resucitó para hacer de nosotros una creación nueva. Sería mejor si nunca hubiésemos existido (ver Mt 26:24), que morir atrapados en nuestra naturaleza caída y cerrándonos a la novedad total de la vida en Cristo (ver 2 Co. 5:17).

Si morimos a la carne, es probable que no sea porque nos rebelamos contra Dios poco antes de nuestra muerte. Morir en la carne, en lugar de morir a la carne, dará como fruto solo la corrupción que produce la siembra y cultivo de semillas en el campo de la carne (Gal 6:8). ¿Dónde estás sembrando ahora? ¿Qué campos estás empezando a cultivar? ¿Eres un indolente teleadicto sentado en el sofá todo el día? ¿Estás desperdiciando tu semilla (ver Gn 38:9) en la masturbación, la anticoncepción artificial, la pornografía y otras formas de lujuria? ¿Estás sembrando tu dinero en el consumismo, el juego y otras formas de codicia? Los campos que siembras son los que determinarán la cosecha que vas a recoger (ver Os 8:7).

Por lo tanto, "revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne" (Rom 13:14). Crucificar "la carne con sus pasiones y sus malos deseos" (Gal 5:24). "Para vivir el resto de su vida mortal, no según los deseos humanos, sino según la voluntad de Dios. Ya han vivido bastante tiempo conforme al criterio de los paga-nos" (1 Pe 4:2-3). No vivas "a nivel de la carne", sino recibiendo la misericordia de Dios (Ef 2:3-4).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de junio de 2016.

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