tu cuerpo transformado
"Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso" (Filipenses 3:21).
Muchas personas desean tener sus cuerpos "en forma". Tener un cuerpo en forma saludable es una buena cosa, pero no es lo único. La realidad es que nuestros cuerpos morirán. Salud y estado físico son fugaces. Ya sea que tu cuerpo este enfermo, enfermizo o sano, puedes unirlo al cuerpo de Jesús colgado en la cruz. Ahora tu sufrimiento se une al de Él, y da gran poder. El salmista observa: "Nuestra vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor" (Sal 90:10). La medicina moderna y la nutrición, incluso podrían empujar la esperanza de vida unos años más. Sin embargo, nuestro objetivo final no es un par de años más de vida, o una vida en forma y saludable, sino la resurrección de nuestro cuerpo santo a la vida eterna, para que así nuestro cuerpo sea miembro del Cuerpo resucitado de Jesús.
¿Cómo debemos vivir en nuestros cuerpos, mientras estamos en esta tierra para que nuestros cuerpos y almas estén con Jesús para siempre? Haciendo nuestros cuerpos enemigos del mundo (Fil 3:19); negando nuestra propia carne, y crucificándonos al mundo (Lc 9:23; Gal 6:14). No esperemos hasta el paraíso para tener cuerpos "transformados" (ver Fil 3:21); dejemos que Jesús nos "transforme" ahora mismo. Nuestros cuerpos son "engendrados desde arriba" en las aguas del Bautismo y salen de las aguas del Bautismo renacidos, transformados. Acarreando nuestros cuerpos a la Confesión y Misa frecuentes, mantenemos nuestros cuerpos santos y puros (ver 1 Jn 3:3).
Oración: Padre, mi cuerpo es templo del Espíritu Santo y no es mío. Ayúdame a glorificarte en mi cuerpo (1 Co 6:19-20).
Promesa: "Tenemos nuestra ciudadanía en los cielos" (Fil 3:20).
Alabanza: San Carlos reformó su diócesis la cual había estado sin obispo residente durante ochenta años.
Referencia: (Esta enseñanza fue presentada por un miembro del equipo editorial).
Rescripto: †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de junio de 2016.
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