David experimentó una semana muy agitada. Siquelag, la ciudad en la que vivía David, había sido "incendiada" por los amalecitas (1 Sm 30:3). Las esposas, hijos e hijas de David y sus seguidores habían sido llevados cautivos (1 Sm 30:3). "David se vio en un grave aprieto, porque la tropa amenazaba con apedrearlo, ya que todos estaban llenos de amargura por sus hijos y sus hijas" (1 Sm 30:6). Sin embargo, David condujo a sus seguidores en una marcha agotadora en busca de los amalecitas (1 Sm 30:10). Él los alcanzó, milagrosamente los venció y recuperó todo (1 Sm 30:18-19).

Después de esta serie de eventos traumáticos, un mensajero informó a David que el rey Saúl con su hijo, Jonatán, habían sido asesinados en una batalla contra los filisteos. Naturalmente, David estaba preocupado con sus propios asuntos, y tomando en cuenta que Saúl había intentado matar a David en varias ocasiones, podríamos creer que David tuviera cierta satisfacción o al menos algún alivio por la muerte de Saúl. Sin embargo, David lamentó profundamente no solo la muerte de su amigo Jonatán, sino incluso por la muerte de su enemigo, Saúl (ver 2 Sm 1:11ss). El lamento de David fue un milagro de generosidad, que prefigura el amor altruista, crucificado y santo, que Jesús nos ha hecho posible tener en el nuevo pacto. Sean santos como Jesús es santo (1 Pe 1:16).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 25 de julio de 2017.

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