A la edad de dieciséis años, después de la Misa de Navidad, en un rincón de la Iglesia encontré un folleto llamado A Través de la Biblia en Un Año. Incorporaba una lista práctica de lectura en la cual durante un año entero se podía leer a diario varios capítulos de la Biblia. Cada día, se marcaba la casilla después de terminar la lectura, y al final del año, el lector habría leído la Biblia entera. El primer día de 1973, empecé a leer emocionado algunos capítulos del Génesis y marqué la casilla en la lista para el primero de enero. Por la gracia del Espíritu Santo, leí las Escrituras todos los días, y el 31 de diciembre de 1973, terminé los capítulos finales del Apocalipsis.

El verso de la escritura que saltó para mí ese año era el verso final del pasaje del Evangelio de hoy, el mismo verso destacado en la parte superior de esta página. Ocurrió a principios del otoño, y mientras leía Juan 16:33, una ola de gozo y de júbilo que jamás había sentido pasó a través de mi persona. ¡Jesús venció al mundo! Él ha sufrido tremendamente, pero Él ha vencido lo peor que este mundo tiene para que nosotros nos salvemos y compartamos la vida eterna con Él. ¡Aleluya! Aún no puedo leer Juan 16:33 sin sentir esa misma ola de alegría. La Palabra ha vencido al mundo. El Espíritu lucha contra el mundo (Gál 5:17) y nos ayuda a vencer al mundo, la carne (ver Ef 2:3), y al demonio (1 Jn 2:16). ¡Alabado sea Jesús para siempre! Él ha vencido al mundo y nos da el coraje de hacer lo mismo.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 12 de diciembre de 2018

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