"A estos doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: 'No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel' " (Mt 10:5-6). Aunque Jesús liberó del diablo a la hija de una mujer cananea, no le proclamó el reino de Dios (Mt 15:26-28). Por lo tanto, los primeros cristianos creían que la vida en Cristo era solo para los judíos. Se pensaba que las profecías del Antiguo Testamento acerca de salvar a las naciones se referían solo a los judíos dispersos por todo el mundo. Después de todo, tres mil fueron bautizados en el primer Pentecostés cristiano, y todos eran judíos. Sin embargo, cuando Pedro fue guiado por el Espíritu Santo para predicar el evangelio a Cornelio y su familia, esto pareció contrario al plan aparente de Jesús del cristianismo solo para los judíos (Hch 10:1ss).

Esta situación se complicó aún más por la conversión a Cristo de los gentiles en Antioquía de Siria (Hch 11:20ss). Entonces, Bernabé fue enviado por la Iglesia judía de Jerusalén para investigar estas irregularidades. Él concluyó que estas conversiones de gentiles eran auténticas. Sin embargo, Pablo y Bernabé predicaron el evangelio solamente a los judíos hasta que, como líderes y representantes de la Iglesia judía, tomaron la audaz decisión de predicar también a los gentiles (Hch 13:46).

Nuestra reacción a este cambio de los acontecimientos debe ser la de san Pablo: "¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son Sus designios y que incomprensibles Sus caminos!" (Rom 11:33) Asómbrese por la misericordia y el misterio de Dios.

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 11 de octubre de 2017.

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